"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Arte de las putas - Nicolás Fernández de Moratín

ARTE DE LAS PUTAS NICOLÁS FERNÁNDEZ DE MORATÍN - I - HERMOSA Venus que el amor presides, y sus deleites y contentos mides, dando a tus hijos con abiertas manos en este mundo bienes soberanos: pues ves lo justo de mi noble intento déle a mi canto tu favor aliento, para que sepa el orbe con cuál arte las gentes deberán solicitarte, cuando entiendan que enseña la voz mía tan gran ciencia como es la putería. Y tú, Dorisa, que mi amor constante te dignaste escuchar, tal vez amante, atiende ahora en versos atrevidos cómo instruyo a los jóvenes perdidos, y escucha las lecciones muy galanas que doy a las famosas cortesanas. Mas ya advertido mi temor predice que al escuchar propuestas semejantes tu modesto candor se escandalice; pues no, Dorisa bella, no te espantes que no es como en el título parece, en la sustancia esta obra abominable. Por mí la serie de los tiempos hable; pues siguieron las mismas opiniones todos los siglos, todas las naciones, y hallarán en el mundo practicados mis dogmas por las gentes más ilustres de entrambos sexos; no permita el hado que la obscena maldad ninguno aprenda siendo yo su maestro; el que aún no entienda del rígido apetito, no me lea a no ser que advertencias pretendiese del mal para evitarlo, pues cogido puede un incauto ser muy fácilmente, del contrario que no es bien conocido. Así como se informan los pedantes de Galego y de Lárraga, estudiantes del homicidio, estupro y adulterio, de plétora, aneurisma y esquinencia para ahuyentarlo, como dicen ellos, con rosario y con pócimas amargas, yo no pretendo con arengas largas disuadir el amor puro y constante de solo a solo, ni romper deseo la coyunda que enlaza el Himeneo. Sufra el cuello magnánimo y robusto su yugo tan pesado como justo, y evitará el horror de mis lecciones; mas ¡qué de estorbos, oh Fortuna, pones para lograrlo! El áspero dinero le falta al uno, al otro la licencia del superior o el padre muy severo. ¿Quién bastará a adornar de resistencia para que el otro sufra eternamente a una mujer fantástica, insolente, que fiada en el lazo indisoluble tiranamente usurpa el despotismo del hombre, su prudencia despreciando? ¡De cuántos infortunios libertada fuera la humanidad si este contrato lo anularan violadas condiciones! Aunque no permitido, practicado vicio que aun hoy ya no es disimulado; ¡cuántos suspiros, cuántas aflicciones ocultas se acallaran si el recelo turbara las seguras posesiones! Diera yo entonces inútiles lecciones; mas pues el mundo sigue este sistema, no hay alguna razón para que tema el mío establecer. Sin duda alguna fuera mejor que el mundo me creyese y su amor cada cual diese a la amada para siempre en coyunda muy sagrada, o en castidad purísima viviese. ¡Castidad! gran virtud que el cielo adora, virtud de toda especie destructora, y si los brutos y aves la observaran comiéramos de viernes todo el año: pero, ¿por qué abrazar el Himeneo? Muchos en los demás escarmentados le aborrecen tenaces, pues templados no son los hombres, ni templarse pueden si no quebrantan la naturaleza con muy duro y con áspero castigo, que es inhumanidad si no es fiereza, de la ley natural dogma enemigo y no puede haber hombre si es humano que lo deje de ser. Con modos feos y horrendos, sacia el uno con vil mano el brutal apetito a sus deseos; no es falso por no público este crimen, ningunos aunque callan de él se eximen. Otro incauto en nocturna complacencia sin que al sueño hacer pueda resistencia despierta humedecido, la blancura de la ropa interior contaminada, sin propio vaso, en fin, desperdiciada la sustancia vital capaz de vida: y no siendo posible que se impida lo que la naturaleza a voces clama ya justa o injustamente, inevitable es de amor apagar la ardiente llama. Tanto cristiano Demóstenes hablaba fulminando del púlpito amenazas al lascivo; mas ¿qué han adelantado? El mundo aún hoy se está como se estaba; prueba es que sus razones no han bastado. Pues, ¿qué delito mi inocente Musa comete, cuando a un mal inevitable no pudiendo extinguirle, le modera la malicia fatal? Ya que haya mal, el modo por lo menos bueno sea y hágase bien el mal. Si yo evitara tanto dispendio en jóvenes perdidos, ¡qué felices mis versos contemplara! ¡cuántos enajenados, mal vendidos, cuantiosos patrimonios mendigando se miran por las putas insaciables! Si fuera la dulzura de mi canto capaz de impresionar el horroroso gálico inmundo y su extinción lograse, ésta sí fuera de mi canto hazaña. La primer flota que nos trajo a España Colón desde las Indias, a quien dieron en Nápoles su nombre los franceses, si a lo menos ¡oh Musa! consiguieses evitar los escándalos!... Si acaso facilitando hacia el burdel el paso cerraras las alcobas conyugales y las castas purezas virginales aseguraras, ¡qué feliz serías! Hubiera quien mis dulces poesías notara de impiedad viendo que en ellas se asegura el honor de las doncellas. Si moderan los gastos excesivos que pierden a los jóvenes lascivos, y el contagio venéreo se destierra de las ardientes ingles y, seguros los tálamos nupciales, los futuros frutos de bendición esperan ciertos; y el infame adulterio aniquilado llega en España a ser desconocido, y el escándalo siempre aborrecido del cielo, no da ya en los ojos castos pésimo ejemplo, el daño menor debe sufrirse por obviar mayores daños. Así el profano Coliseo, el fuerte circo para lidiar los bravos toros por sólo entretener tantos ociosos, con mil casas de juego se consienten. Las leyes, la política indulgente a los concubinarios dio licencia por salvar al consorte el nupcial lecho. Ciudades cultas dan con alto techo al público burdel magnificencia y las vírgenes castas y matronas con no invadido honor cruzan las calles, y así ¡oh! cualquiera que el perderte abona, la sacra inmensidad de la nobleza no profanes sacrílego, atrevido, vuelve a mi verso el lujurioso oído, que en él se encuentra el lupanar inmundo que por escrito a tu lascivia fundo. Y no pienses que invento estas maldades: de ti son aprendidas; no que lo hagas te mando, sino escribo lo que haces y acaso encontrará la incontinencia de ambos sexos remedio al informarse de la astucia, del dolo y la impudencia que recíprocamente en engañarse practican unos y otros, y es posible que así fuese la enmienda conseguible, y todos conociéndose se teman y se aborrezcan y se enmiende el mundo: mas ya tocado de un pesar profundo mi crédito en balanzas considero; me juzgas un perdido putañero pues del arte y las putas doy noticia. La consideración ni la justicia no engendra tal concepto, es hijo espúreo del satírico humor de tu malicia; ni el escrito indicio de la mente, con modesta conducta y recta vida, mí Musa es juguetona y divertida; Virgilio, así, y Homero el excelente hubieran sido atroces y guerreros las armas y las cóleras cantando; ni el nombrar son indicios verdaderos del tratar la persona. De Alejandro, Curcio, su historiador no vio el semblante; no es maravilla que mi Musa cante un arte al parecer de los peores: maldades se han escrito bien mayores de todos aplaudidas. Uno escribe en el arte espantoso de la guerra preceptos de asolar toda la tierra, pernicioso y horrible a los humanos, otro pretende habilitar las manos en fundir el metal de los cañones para derribar hombres a millones y alcázares que el tiempo no lo haría al trueno de la horrenda artillería. El arte de verter la sangre humana con la espada fatal es aprendido de Príncipes y grandes, y es leído el libro de políticas aleves para oprimir la libertad del pueblo sin que él lo advierta. Son mucho más leves mis delitos: no incito asolamientos, destrucciones ni muertes horrorosas: sólo facilitar las deleitosas complacencias de amor inexcusables por modos a ninguno imaginables solicito, y del arte meretricio pretendo por mi astucia y mi desvelo ser nuevo Tiphis y otro Maquiavelo. Y no defenderé que bueno sea, mas sólo sé que los insignes hombres que fueron inclinados lo siguieron y los que fueron fríos no lo hicieron; y no es virtud dejar lo que no gusta. Unos van al Peñón, otros se dejan llevar hasta Manila desterrados: los brutos quieren ser despedazados primero que ceder este derecho. La malicia y la envidia sólo han hecho este vicio el mayor de las maldades, mas ¡cuánto son peor las falsedades, hurtos, ingratitud y tiranía!; y esto se pasa y aun se aplaude hoy día. Por ceremonia sólo no nombrarnos lo que hacemos: verás una casada que primero dirá mil impiedades que aquello que hace más y más le agrada; y piensa injusta una mujer honrada que con ser fría, lícito le es todo; y no piensan los hombres de otro modo; pues muchos hallarás que sin empacho se alaban de matar (acción horrible) y no osarán decir que han engendrado. Una sola manera se ha encontrado de hacer los hombres; mas de deshacerlos ¡cuántas industrias inventó la muerte! Y el instrumento que los mata fuerte va por gala y blasón pendiente al lado y el que los hace, oculto y deshonrado; y los hombres inicuos dan laureles al que mata a un millón de sus hermanos y deshonran al que ama a las mujeres. ¡Cuánto es mejor, o cuánto menos malo, que el grande Motezuma a tres mil de ellas, en hamacas gozó sus miembros bellos que no el fiero Escanderbek matase con su alfanje espantoso tres mil de ellos! ¡Ojalá que los hombres no forniquen, si esto es posible, mas si no hay remedio, ojalá que los vicios se limiten a éste sólo; perezcan los traidores alevosos, sin ley, y usurpadores y se verá si pierde o gana el mundo! Mas el principio en que mi arte fundo ¿quién dirá que destruye lo que enseña? Oíd. A la mujer más pedigüeña enseño a no pagar el vil trabajo. Si esta lección tomara todo majo, obra de caridad sin duda fuera, pues cada cual con tanto chasco viera que no da utilidad el putaísmo, si no el hambre, lacerias y el abismo. Si hay algún medio de extinguir las putas es sólo no pagarlas: mil oficios y fábricas insignes se perdieron luego que su labor sin premio vieron. Pero si ven que con abrir las piernas se abren las duras bolsas y hacen tiernas, ¿qué han de hacer sino alzar los guardapieses para coger el oro que no caiga al suelo, y vergonzosas o corteses procurarse tapar con la camisa la cara como algunos santos frailes? Las hazañas del fiero Masinisa, ¿qué son más que delitos execrables? César, Mario y Eneas endiosado, ¿qué fueron sino ilustres malhechores? y esto les mereció versos y loores que los dioses (si es dable) han envidiado. ¿A quién mayores daños ha causado el Macedón terrible? ¿A la Roxana cuando en el lecho oriental la acariciaba y a la Reina Talistres que buscando le vino para holgarse trece noches, o a Darío, a quien del reino despojado causó la muerte, y de otros mil millones, y al corpulento Poro, que, arrogante, cayó desde su altísimo elefante, sin fuerzas y sin reino y sin blasones y sin ver más la luz de las estrellas? Respondan ellos y respondan ellas. La inconsideración llama borrones de su historia el querer a las mujeres, y grandeza matar millares de hombres, y el furioso Don Pedro de Castilla, fue cruel por matar a Don Fadrique, mas no por empreñar a la Padilla. Pero si alguno hubiese que replique que más valiera ser mi lengua muda, que para darla azotes muy crueles no es bien que muestre a Venus tan desnuda, sepa no escribo yo contra las leyes. Si esto se mira con intención buena, en las Cortes de Soria nuestros reyes con mantillas de grana distinguieron a las putas, y así las permitieron. Todas las cosas las perversas almas corrompen siempre: quítense las fiestas de toros, las devotas romerías y los teatros; ¿qué hay en las comedias sino disolución? Artes que avisan con blandas y alevosas discreciones el modo de engañar los corazones. ¡Oh! ¡cuántas honras destruyó la Puerta del Sol!, ¡cuántos escándalos se lloran en la profanación de la iglesias! ¿quién quitar puede todas estas cosas? Ni es maravilla que mi verso advierta los riesgos cual los marca el navegante porque los huya quien está ignorante, ni el vuelo extrañará de fantasía licenciosa tal vez, el que no ignore lo que es la burla, invención y poesía. Y el que por mal camino mi arte tome culpa es suya: panales y ponzoña salen del jugo de unas mismas flores. El cauto caminante y el que roba ciñen el lado de la amiga espada con intenciones bien diversas todas. ¿Qué hay más útil que el fuego? Mas si trata alguno quemar templos y ciudades, ¿qué cosa hay que produzca más maldades? ¿Temes acaso que las tiernas almas pervierta de los niños inocentes con mi verso? ¡Ah piedades imprudentes! ¡Oh padre de familia vigilante! ¡Oh ayo, quizás sopista e ignorante! ¿No alejas de su mano delicada las tijeras y puntas de cuchillos, pistolas y los filos de Toledo, no por malas en sí, sino por miedo de que les dañe lo que luego sirve? Pues estas artes enseñar te vedo, del mismo modo al pequeñuelo infante hasta que en la virtud esté ya firme. Sábele educar bien y no reduzcas a ciertas vanas fórmulas externas el nombre de virtud adulterado. Al joven, cual se debe, ya educado nada le ofenderá, ni ignorar puede el uso a cada miembro destinado. Si a las artes se inclina, la pintura le mostrará los feminales miembros haciendo fuerza Andrómeda desnuda. El arte del divino Policteto le enseñará a copiar en la Academia, sin velo ni pudor, la hermosa Venus; y así formó el cincel hecho una uva al Baco de Aranjuez sobre la cuba. Os parecerá horrible ver pintado por mis versos un fraile y una monja que se están a placer regodeando; pues ¿cuánto más terrible es ver pintada la horrorosa y cruel carnicería que en inocentes víctimas se hacía por Herodes; las castas compañeras con Ursula morir; o derribada del Salvador la estatua, sacrilegios atroces del feroz Iconoclasta? Y a estas pinturas das honor y precio. Si no es el joven ignorante o necio ¿cómo le enseñarás filosofía, y la experimental anatomía, y aun la religión misma, sin que sepa cuanto puede saber sin ver mis artes? Las noticias que ¡oh Historia! nos repartes, ¿son todas para ejemplo? Aquel que lea cuántos hombres mataba en la pelea Aquiles, el del yelmo empenachado, ¿por ventura a lo mismo está obligado? Y el que estudia la infiel Mitología, ¿no aprende la falsa religión impía? ¿Quién cerrará los inocentes ojos del niño cuando mire por las calles los perros que se ligan? Verá siempre mullir un mismo tálamo a sus padres y siempre obrará en él naturaleza. Mas ¿qué?, ¿llegó a tanto la vileza que propagar la especie fue afrentoso comercio? Y es preciso y es gustoso. ¡Cuánto mejor que el pernicioso naipe no se haga oculto y no dará vergüenza! No hay bien alguno que en el mundo venza el bien de gozar uno su querida; por eso cosa no hay más perseguida de la envidia de esotros: y el recelo de ser de los demás interrumpido fue el origen de hacerlo en lo escondido, que no porque ello fuese vergonzoso. Así el niño se oculta receloso de la importunación de esotros niños a comer solo el dulce que le diste, sin ser el comer dulce, en sí, acción mala; y, creedme, que es sólo el escondite quien causa la malicia; y así vemos cuánto al ver una teta, nos movemos, de una honesta doncella que la tapa; mas las amas de leche nada incitan pues la costumbre y aprensión lo salvan; y esto sucede en las desnudas indias. No piense alguno que mi verso enseña los vicios; soy espejo, no oficina; mi canto avisa, pero no aconseja como el teatro; así los sibaritas la borrachera hicieron detestable embriagando primero a los esclavos, viendo sus hijos vicio tan infame. Tu lujuria estos versos ha inspirado; otros serios canté, no me escuchaste; pues oye, que pensando deleitarte doctrina beberás disimulada, o viciosa, pues pura no te agrada; y así la rectitud de los jueces severos no interrumpa mis acentos, ni me condene hasta cantar seis veces, y el mundo me dará agradecimiento, porque tantos que el tiempo mal emplean putean sin saber lo que putean, por falta de maestro y de un buen libro que enseñe el arte que, por piedad sólo, para común utilidad escribo por evitar absurdos mayormente. Cuando hoy abundan tantos metodistas de estudiar de curar los sabañones y otras mil cosas, ¿ha de estar sin reglas, sólo fiada en apurar las tradiciones, tan gran ciencia como es la putería? No consintiera tal la Musa mía. Bien haya el inventor tan excelente de un arte en todas formas eminente, tan útil y gustoso. ¿Quién sería? ¡Qué elogios al saberlo yo le haría! Mas, ¿cómo no percibe mi rudeza que el autor sólo fue naturaleza? En la ley natural no fue delito ser los hombres más justos putañeros, ni tuvo entonces tasa el apetito. Del padre Abraham las venerables canas con la mulata Agar reverdecieron, y Jacob satisfizo a ambas hermanas, y el justo Loth, después de bien bebido, de Segor en los senos más secretos hizo a sus hijas madres de sus nietos. Del santo rey David violó el serrallo el miembro de Absalón. Tampoco callo del Salomón científico, la ciencia en elegir muchachas empleada. De la profana historia no se añada ejemplar, que sobre esto nada prueba. Apenas héroe en letras y armas grande se halla a las meretrices no inclinado, ni es maravilla. ¿Dónde se ha inventado conveniencia mayor que el putaísmo? Cada cual lo contemple por sí mismo. Enciéndese la sangre recaliente en un joven robusto y muy ardiente, en un viejo, en un clérigo o en un fraile, y exprimiendo la pringue a los riñones, baja por sutilísimas canales a esponjar los pendientes compañones, los músculos flexibles extendiendo, y el instrumento humano entumeciendo, hasta el ombligo se levanta hinchado, del semen abundante retestado, que, reventando por salir, comprueba ser venenoso estando detenido, según el docto Hipócrates decía. Un hombre en tal afán constituido, más que otra cosa a la piedad conmueve; predicarle templanza no se debe, por ser inútil. ¿Dónde, pues iría? Aun cuando fuese justo que invadiese las mujeres honradas, ¿hallaría quien su gula carnal satisfaciese? ¿Y habrá caritativa providencia mejor que el encontrar una muchacha que a su gusto le dé pronta licencia, sin costarle millares de pisadas, postes, suspiros, lágrimas, ternezas, escrúpulos, regalos y paseos, estar al tocador todos los días y la noche pasarla en galanteos, y rematar por fin de estas porfías con que su honor les pone impedimento, o en que no hay ocasión, después que el otro su gusto ya logró mil veces ciento, y todo a costa nada más que un poco de dinero, vil precio a tanto gusto? No sé por cierto cómo hay quien no deje de galantear al modo quijotesco, ni cómo hay españoles que cortejen contra el carácter impaciente suyo, haciendo noviciado el cabronaje. Que no es muy malo el putear arguyo, por más que griten mil Matusalenes con arrugada frente y blancas sienes, porque ellos ya no puedan; sus razones no dan más fuerza, imposible es darla; dignas de risa son sus opiniones; ya el tiempo se acabó en que se creía a un viejo cualquier cosa que decía sin más examen; ya se ha desterrado de las aulas la hipótesis; se niega lo que se ve, si no está demostrado. Juzga el mundo en común que el ansia ciega de murmurar, de amontonar tesoros, de ser un corazón inexorable, no es maldad, o que es más abominable el fornicar el hombre una mozuela. ¡Oh, autores viles de perversa escuela, que fundáis la virtud en abstenerse de una cosa precisa y no dañosa! Mas, ¿cómo el daño dejará de verse del infame político arbitrista y de otros dignos de injuriosa lista? No son los majos, no, tan perniciosos, ni tienen que afrentarse de su vicio: el derramar la orina, el mismo oficio viene a ser casi y con la propia cosa, y a nadie afrenta acción que es tan forzosa; y esotro, ser en público debiera, si el mundo, como yo, inocente fuera, y la modestia, al fin, no lo extrañara. El Diógenes, filósofo de rara penetración, así pensó prudente. Mil veces la linterna reluciente arrimó a un lado conque de día un hombre buscaba y no le halló entre tanta gente; y a la primer muchacha que encontraba, con franca y muy marcial filosofía en medio de una plaza la tendía, y soltando los anchos zaraguillos se alzó las respetables sopalandas y sin gastar respuestas ni demandas, con experimental filosofía, si activa o si pasiva concurría a la generación la hembra, quiso indagar; mas turbóse de improviso, viniéndole temblores y esperezos; y al darla ansioso desdentados besos, las blancas barbas de babazas llenas ni aun la dejaban respirar apenas, y el bellaco filósofo apretaba. Toda Atenas atenta le miraba, y el vil pueblo ignorante y religioso y el Areópago se escandalizaba y el sabio, así amolando como estaba, sin sacarlo, alzó el rostro y dijo: ¡oh necios! no os admiréis con risas y desprecios, que cosa natural es la que hago y es lícito lo que es naturaleza. Del hombre solamente la simpleza dijo que esto era malo, y otro día dirá, si se le antoja, que es pecado el dormir y el beber; y a fe que habría quien escrúpulo hará de haber cenado. No estoy yo a los preceptos obligado de otro hombre; esto no puede remediarse, como el que al vino da en aficionarse; y así ¡oh, belitres! no os admiréis de eso, pues sólo es malo siendo con exceso: ¡que ha de ser la mujer, como la espada, sólo por precisión ejercitada! Si esto es pecar tan dulce y tan preciso, vaya el legislador que así lo quiso, y al hombre enmienda la naturaleza o modere a la ley tanta aspereza, que no hemos de ser menos que los brutos. Así el del Basto en Nápoles metía en cama de cristales trasparentes sus pajes con muchachas diferentes, y él, viéndoles obrar, se entretenía. No por ejemplos tales los Catones me miren mesurados y ceñudos. Las doncellas más castas y severas por esas calles van, medio desnudos los cuerpos, sin pudor, de las rameras, y no lo imitan; antes detestando blasfeman de su vil libertinaje. Tú, pues, ¡oh malo! a quien a tal paraje condujo ya mi verso, si movido en ti se halla el espíritu encendido, si estás bien enterado, que mandarle a un joven bueno y sano continencia es lo mismo que darle la sentencia de que no coma o de que no descoma, dos cosas necesarias igualmente; si ya esperezos tu cintura siente, volviendo en torno los lascivos ojos bufando al respirar como un caballo, si el tuyo ya no puedes sujetallo y empinándose pierde la obediencia, que no hay remedio, y de tu edad florida deja que goce, vaya ese nublado donde haya menos mal. Ya que es preciso, descargue en monte inculto o alta sierra; y pues los dogmas que mi canto encierra señalan el paraje donde ir debe la tempestad que viene amenazando, desatácate y vamos empezando. - II - PERO si en tu bolsillo los doblones revientan de apretados y la plata con peso preciosísimo le rompe, si cuando los calzones desatacas se te quedan por grillos con tal peso, se alzarán para ti todas las faldas de cualquier hembra; inútil es con eso para ti mi lección, pues sólo trato con quien por pobre dice que pleitea y pretende comer bueno y barato; pues las armas del rey (es cosa extraña), más venden en la bolsa que en campaña. Si la simple y feliz naturaleza durara en la inocencia primitiva fuera inútil entonces la riqueza. Cada cual dio de balde antiguamente lo que dio para ser comunicable naturaleza, y yendo lentamente el interés y la maldad creciendo, a trueque de castañas y bellotas el amor en las selvas resonantes los cuerpos juntó allí de los amantes. Mas la codicia femenil a horrendo punto llegó: muy mal las ha enseñado el hispano Alejandro de las putas; llenólas de oro, ya que no de leche, y mala obra a los pobres ha causado. Tú sigue el ejemplar muy ajustado del hijo que no excede de la tasa pues dice, «mi alto honor; mi ilustre casa». ¿Qué conexión tendrá con su trabajo ya la mujer, que ni aun la propia quiere sin dádiva especial estar debajo? La boca de un enemigo, a quien quisiere más informe, responda: el pobre viejo si a su esposa el catalán pellejo henchir de algún abate le antojaba tanto más cuanto el precio ella ajustaba como libra de peras, y no quiso por un cuarto tal vez de diferencia, yo que te procuré la conveniencia desde el principio, abaratarlo quiero; pero es bien sepas la cuestión primero aún no resuelta y tanto ventilada. Si voluntario al uno más le agrada y andar a la que salta, otro quería encabronarse en amancebamiento; pero esto ya es amor, y yo no intento de amor cantar la dulce tiranía: muy ronca y débil es la musa mía para este empeño; en el amor soy Fénix mas no cisne en cantarlo; ya el delito el músico del Ponto desterrado pagó de acometer a lo vedado. Yo a las que hartazgo dan al apetito me atrevo solamente, y no merezco pena, pues no hago más que el Magistrado que, pues no las extingue, las tolera: y así es bien conocerlas como quiera; pero el grande arte de la putería reprueba todo amor: sé conmisero, tendrás tu corazón y tu dinero por tuyo siempre, y el supremo gusto de andar catando caldos diferentes y probar cuantas mozas van al Prado sin peligro de verte empalagado, pues siempre salsa fue la diferencia. Con lo que una mantener te cuesta puedes diferenciar todos los días entre las que mantienen otros tontos, juzgando ser los únicos actores; un desatino es de los mayores pensar tapar buracos de pobretas golosas de intestinos de braguetas; antes por el contrario pensar debes cómo puedes hacer que te mantenga y que con maña a ser tu esclava venga, fingiéndote primero el generoso. Al lozano rufián la garbancera le ofrece así el bolsillo, y la grillera que chupó una abundante canonjía y ahora consume un duro cada día sin el fausto y pagado el disimulo. Seis reales gana para un dormilón espía por fingir que la estorba dar de culo con cuantos machacar en el mortero quieren, y el centinela es el primero. Ni te engañe tampoco la que diga que es mayor el amor que el apetito, y la continuación a aquel obliga. Falsas sirenas son, amar no saben sino sólo a tu bolsa; está vaciada, su amor infame se resuelve en nada. Arriba de dos veces no permite nuestro arte a una gozar aunque ella fuera la salerosa y chusca Saturnina, a no ser que lo dé por sólo gana, que entonces no hay peligro si no hay gasto. En la primera vez persuadir debes que arrastrado al imán de su belleza entre la multitud que se tropieza de putas en la corte, ha muchos días que la sigues con ansias y porfías, y ella a tales requiebros no enseñada riesgo corre de ser pronto embaucada; y cuanto amor al cabo de mil veces te ha de dar, te dará la vez primera, y ofreciendo la gran paga mi arte funda que hará el último extremo en la segunda. Demás que, si tú sacias tu apetito, ¿qué cuidado te da que ella desfogue y que guarde la leche para el majo? Tú con mayor astucia que trabajo se la puedes sacar si te importara. Muchas ponderan la excelencia rara del encabronamiento, que preserva de la infección venérea; son errores del vulgo; estar tal pueden tus humores que aunque estés con mujer no galicada se corrompa tu linfa de escaldada, pues la disposición está en nosotros y hay a millones experiencias de otros que a las gorronas van de las tabernas llenas de lancetazos y botanas con todo Antón Martín entre las piernas, y lo sacan más limpio que una espada. La sarna, así, la peste y las viruelas no se pegan a muchos asistentes, y ningún otro lo pegó al primero. Debe, pues, el experto putañero no dormirse en colchón no conocido; por no vivir en esto uno advertido le arrimó unas perennes purgaciones la Catalana de la calle de Hita. Huya el diestro costumbre tan maldita; dé siempre el hurgonazo de pasada, a Cándido imitando, el gran torero, que, por lo pronta, es limpia su estocada. Tú así del soto a casa ve a atacarte: mas yo quiero del todo asegurarte, facilitando del condón el uso; feliz principio a esta artimaña puso de un fraile la inventiva, que de un fraile sólo, o del diablo, ser invención pudo. Iba el reverendísimo cornudo ardiente, como siempre están los Padres, por el arroyo Abroñigal al campo una tarde de sol del mes de enero, y en un barranco se encontró hecha un cuero una de estas grandísimas bribonas que piden el dinero arremangadas. Del Espíritu Santo a la gran venta con las Guardias Valonas hubo ido y bebiéndose azumbres más de treinta el camino la pobre hubo perdido. Hallóla el Religioso y enfaldóla a precio de dos reales que lo fueron de una misa aquel día en la mañana. Alzó él sus habitazos cazcarriosos presentando un mangual como una torre, y en vez de una belleza soberana se encontró un miembro femenil podrido, lleno de incordios, unos reventados, otros por madurar, otros maduros, sobresaliendo el clítoris llagado sin un labio y pelado a repelones; colirios de las séptimas unciones con cicatrices, churre y talpapismos; de hediondo aliento y corrompido podre; sucio de parches, gomas y verrugas, cuantiosas y abundantes purgaciones, que inundaban de peste la entrepierna, pringando de materia las arrugas de la muy puerca tripa renegrida. Quedóse el fraile como si escondida víbora hubiera hallado en su alpargata; haciendo cruces de volverse trata, porque el convento no se escandalice, aunque no hay cirujano que no dice que las bubas están en los conventos; mas tal era la indómita lujuria del sumamente Reverendo Padre, desvirgador mayor de su colegio, que discurrió enebrarlo sin injuria de su miembro, y quitando prontamente de la cabeza, astuto, la capilla: «Si son las bubas multitud viviente de insectos minutísimos y tiernos como sienten los físicos modernos, porque el mercurio a todo bicho mata, la comunicación evitar quiero, haciendo escudo de la ropa santa» dijo, y calando a modo de sombrero en su bendito miembro la capilla, así lo mete. La pobreta chilla, no enseñada a tan rígida aspereza. Acabó el fraile y ve que se endereza la comunidad toda hacia aquel puesto, y por no dar ejemplo de inmodesto se pone la capilla que chorrea, jabonando el cerquillo y la corona, blando engrudo, simiente de persona. Así el gran D. Quijote en ocasiones contra el casco exprimió los requesones que el buen Sancho en su yelmo hubo guardado. El condón de este modo fue inventado; después los sutilísimos ingleses, filósofos del siglo, le han pulido, y a membrana sutil le han reducido, que las almendras lo conservan fresco con el aceite que destilan dulce; y las putas de Londres son multadas si no ofrecen bandejas de condones, que les hacen venir desde la China, y en Montpellier se venden a paquetes, y en las tiendas de Pérez y Geniani, si los pagares bien y con secreto, y por los Secretarios de Embajada, que a la nuestra remiten las naciones. Mas si acaso pequeñas purgaciones destila por desgracia tu ciruelo, dura abstinencia observa y ten consuelo de que arraigarse el mal es imposible de una vez, tal que llegue a ser temible, aunque toda ella fuera de veneno, pues lo que de ella a estar llegan postrados es porque estando malos repitieron la fiesta, y más y más se estropearon. Los diestros practicantes ya observaron del gálico infernal la decadencia; no es tanto cual pensó la inadvertencia de muchos que se privan de su gusto porque imaginan que a cualquiera daifa que lleguen a embutirle la azofaifa les plagará de ingleses sabañones; con la curiosidad y mis lecciones seguro puedes ir a cualquier tronga: ni extrañes que una astucia te proponga muy importante: es un taller preciso a cualquier oficial. No en alcahuetas el crédito aventures y el dinero, ni experimentes sus infames tretas: que tú alquiles un cuarto es lo que quiero, que, por caro que esté, será barato; allí con gran silencio y gran recato llevarás lo que caces, y seguro sin susto gozarás de tus placeres si hombre de fama, o fraile, o cura eres, y logras sin escándalo tu gusto. Pero que yo desimpresione es justo de un error: juzgan muchos desatino ir a las infelices potajeras porque no gastan seda en las basquiñas y aljófar ensartado en las pulseras: ¿tú buscas los adornos, o las niñas? Sabe elegir, verás que estas ajadas, en vil plomo son perlas engastadas y que las de gran rumbo todas fueron potajeras pobrísimas primero, que dejaron el virgo en Zaragoza en la bragueta de un aprendicillo o de un hijo del amo, y desechadas deben ser, pues están ya más zurradas. Pero advierte, discípulo, que todas atribuyen a un duque o a un arcediano la obra de caridad de desvirgarlas, y luego añaden que llenó su mano de pesos gordos un gran caballero por tocarles las tetas o besarlas. Esto es pedir oculto; mas yo quiero verte incrédulo ser y miserable; pero es preciso que en ademán hable tu lengua de creer; de diestro a diestro debes juzgarla, y dila que es principio de un encabronamiento dilatado, y que a ella por sólo eso la has buscado. Llévala al cuarto y si la ropa ofende la vista, ropa fuera y en pelota como la borra métela en la cama dispuesta para el fin, y muchas veces bajo un vestido rústico y villano te encontrarás la Venus del Ticiano como buen bebedor en mala capa. Este gran golpe a un necio se le escapa y es el mejor bocado y más seguro. Si no ven muselina en la mantilla, las alas de la cofia por de fuera, y ambos ganchos brillando en la cotilla lo escupen: hacen mal, que esta simpleza sólo agrada, mas no hace la belleza. Así (Dios dé salud a quien lo ha hecho) sale un diestro decente por el día, y nota los parajes y muchachas mejores, y al cerrar la noche fría, entre la amiga capa rebujado, incógnita la lleva a su telonio y hay allí unos batanes del demonio, sin peligro de rondas ni patrullas obviando el ser seguido hasta la entrada. A mi Musa también decir le agrada dónde hay la provisión más abundante. La famosa bodega del Chocante y otras muchas, están despatarrando mil mozas con el néctar dulce y blando que da el manchego Baco a sus gaznates. La gran casa también es bien que trates a quien Jácome Roque dio su nombre, y entrando en ella no saldrás para hambre. Los barrios del Barquillo y Leganitos, Lavapiés bajo y altas Maravillas remiten a millares las chiquillas, con achaque de limas y avellanas; salado pasto a lujuriosas ganas. También alrededor de los cuarteles rondan los putañeros más noveles las putas mal pagadas de soldados, pues en Madrid hay más de cien burdeles por no haber uno sólo permitido como en otras ciudades, que no pierden por eso; y tú, Madrid, nada perdieras, antes menos escándalo así dieras. Pero, ¿de qué me admiro que en serrallos no se gaste el dinero, cuando ha habido sujeto tan sabiondo que decía que para nada a la nación servía la Academia Española? Yo a mi cuento vuelvo, y no siento el haberme distraído. Ni le pesará al chusco haber venido debajo de la Real Panadería, donde chupando sin cesar cigarros los soldados están de infantería: verá allí a la Morilla, a la Mellada, y ¡oh Juanita! serás también cantada de mis versos; ¡qué chusca estabas antes de haber tantos virotes ablandado, que te encajaron de asquerosas bubas y en un portal baldada te han dejado! A las chicas también que venden uvas por las calles, embiste y logra caza de la Cebada en la espaciosa plaza, al tiempo que ya vaya anocheciendo, y allí como dos líos de colchones dará sus grandes tetas la Ramona. Tú también, Puerta y Puente Toledana, franquear soléis el paso a la Jitana, y ella a los concurrentes su persona. ¿Quién niega de burdel la gran corona a la barranca fiel de Recoletos, las Arcas y la Fuente Castellana? En el hoyo vi yo a la Perpiñana, a vista del camino de Hortaleza plantar nabos con tanta ligereza que una tarde arrancó y plantó hasta ciento. No dejarán tu miembro descontento las camaristas chicas del famoso Paseo Verdegay de las Delicias la Rosuela, Caturria y Medio Coño (llaman así una moza del trabajo, y en verdad que aunque chico, él es entero), te harán venir el golpe a cuatro vientos. Y si de andar te hallares con alientos, el soto de Luzón a la Pelada te ofrece junto a un árbol recostada. No callaré tampoco los nocturnos pasatiempos que da también el Prado, vi clérigos y frailes embozados amolar la Vicenta y la Aguedilla y por los granaderos maltratados. Mas sólo con andar toda la Villa encontrarás remedio en los portales desarrugando un poco tu resmilla. Supongo que continuo armado sales del condón, tu perenne compañero, y así no ensuciarás los hospitales. La calle Angosta que frecuentes quiero, con la Ancha a quien su nombre dio Bernardo, ni en la de Fuencarral has de ser tardo, o en la que al forastero hace notoria de Jacome de Trezzo la memoria. Los vecinos que habitan la alta calle que acuerda el lugarcillo de Hortaleza, están hechos a hallar en sus zaguanes cuatro patas a oscuras. Se tropieza y se pasa tragando, callandito, envidia y miedo, de ambos un poquito. De Jerónimo el Magno en la Carrera, en la Puerta del Sol todas las noches, y en la calle también de la Montera al son de los chasquidos de los coches se enfalda la salada Calesera, la basquiñuela, que al revés se pone de miedo de emporcarla tantas veces, y la Rita, arrugando en mil dobleces la mantilla y las sayas que hace almohadas, aquella a la cabeza, éstas al culo, con la una mano y grande disimulo te toma los testículos en peso y al verte absorto, con el rabo tieso, dirige a su bolsillo esotra mano y de raíz te arranca si no aprietas con tus manos las suyas, y sus tetas. Y en fin, todo Madrid al ser de noche le da a un hombre de bien mil portaleras, y aunque pobres, no gálicos infieras que albergan en sus ingles: más seguras que las de rumbo son: éstas no tienen de Holanda y de Cambray las blandas mudas; con todos sus males a los ojos vienen sin que oculte el engaño la limpieza, pues nada disimula su pobreza; mas si ésta le fastidia a tus intentos, oye a mi Musa nuevos documentos. - III - PORQUE, según el género de caza, dispone el cazador las prevenciones; no echa a los fieros lobos los hurones, ni dispara a las tímidas alondras con balas de cañón de artillería, que aquello poco y mucho esto sería, y así son menester astucias nuevas, si a la Marcela o chusca Sinforosa de tu amor quieres dar líquidas pruebas, o a la Isidra que ostenta vanidosa por su cotilla aquel gran mar de tetas donde la vista en su extensión se pierde y mueve tempestad en las braguetas; o si echar a perder un trigo verde quieres con la Torre, santificada con el miembro del clérigo que espera fruto de bendición, encarcelado por esto y por hallarse lo guardado; o si a la Coca o Paca la Cochera con tu virilidad atragantarlas la garganta de abajo boca arriba; o bien si de la Cándida muy seria te quieres arrastrar por la barriga. Vosotras, madre e hija, las Hueveras, en mi canto también seréis loadas, y no menos vosotras, las Canteras, y la Roma, con morros abultados, y el esponjoso empeine muy peludo almohadón a los miembros ya cansados. Ni dejarán mis versos en silencio la Antonia de ojos negros, que reciente de mi amorosa herida aún se resiente; ni a la Marina, ni callar yo quiero la Alquiladora que estafó a Talongo, ni a ti, la escandalosa Policarpa, que te hacen más lugar que a un aceitero. No puedo menos de aplaudir, Carrasca, el acorde vaivén de tu galope; ningún miembro por grande se te atasca, ¡Oh Carrasca, blasón de las pobretas, de grandes muslos y pequeñas tetas! Ni serán de mis Musas, no, cantadas la Teresa Mané que ha cuatro días salió de Antón Martín de carenarse, la Felipa y majísima Nevera, Luisa, Giralda, y tú, Caracolera, y la Narcisa, célebre gitana, y la Carreterota, catalana. También la Vinagrera que de gusto tanto tiempo sirvió a su señoría; pero aunque el arte de la putería no tuviera más bien que haberme dado la Alejandra una noche en matrimonio, que luego a la mañana fue anulado, eternamente yo lo celebrara. ¡Qué empeine vi, qué pechos y qué cara! Pero dejemos esto, que escribiendo solamente, me estoy humedeciendo, y ¡oh Pepita Guzmán! a ti me vuelvo. A cualquier fraile la flaqueza absuelvo de ahorcar por ti los hábitos; disculpa tienen los que por ti se estoquearon, mas no de que los dos no se mataron. Primero el astro que a la luz preside faltara al cielo, que mi verso olvide ¡oh Belica! tu gracia y tu belleza; miente la fama que a decir empieza que es tu amor sabrosísimo homicida; no es sino capaz de infundir vida. Las putas mienten con decir que matas, Dios guarde al que bien sabe que es mentira. Por desacreditarte y comer ellas tal voz esparcen; mas tus carnes bellas, el alto empeine y su penacho bello de negro pelo y tu mimado halago embelesa al que logra merecello. No lo logró el presbítero taimado por más que hizo; rabió de envidia y celos, te acusó de un delito impune en otras y por tu gran presencia, a la Galera el baldón le mudó de horrible en fiera, donde, aunque allí mil fueron sentenciados, fueran muchos, mas pocos los forzados. Bien sé yo, aunque eres puta, tus virtudes; que bien cabe virtud en una puta; y así no querrás tú que haga injusticia con mi silencio a la Poneta-y-Pona que por treinta dineros a un viejo le entretiene con blanda y dulce risa, con genio juguetón, chiste y gracejo, que en esto se parece a mi Dorisa. Mas ¿dónde, arrebatado, haciendo alarde del batallón de Venus, me transporto? ¿Cuál ingenio será que a tanto baste? Más fácil fuera al estrellado globo contarle los luceros, las arenas al mar que baña desde el Indo al Moro, primero que yo cuente las muchachas que hay en Madrid; diré de cierto cuántos átomos pueblan la región vacía; diré primero a cuántos la Relata, antes de ser la reina de las Moras, alquiló su persona a real de plata. ¡Oh, cuántas brazas de hondo tiene el coño de la Pepa la larga, a quien circunda tosco cañaveral de ásperas cerdas!; y así no es mucho que en silencio pase aunque no digna de él, a la Casilda ni a la Tola, que tiene entre las piernas un famoso rincón de apagar hachas; a la una y otra hermana Aragonesas, la Paquita Sangüesa y la Cañota, que lo daba por uvas de su viña; a la Tecla y Liarta que aún es niña, a la Rafaelilla y Micaela, y a la lujuriosísima Fermina, que no repara mucho en el dinero, cual otra castellana Mesalina: y la Chiquita, a quien el Padre Angulo le pegó purgaciones en el culo. No me olvido de ti, pulida Fausta, que apenas a Madrid recién venida te pegaron espesas purgaciones y, escarmentada, evitas los varones, siendo, cual vieja o fea, puñetera; y así saliste, a fuerza de ejercicio, la más diestra de todos los humanos: y la Frasca, la Ignacia y la Teresa, la hermana de la Zurda y la Tadea, discípula que fue de la Relata, y su testamentaria, la Belona, la Tribalda y la célebre Matea, la Benita, de tetas desiguales, la Cevallos, baldón de su apellido, y otras, que si los suyos les preguntas, tendrás a dicha emparentar con ellas. Y Beatriz la de las ingles bellas y ojos vivos, el pecho alto y carnoso, y en él dos tinajillas del Toboso; y la resaladísima Antonieta de hambrienta vulva y la Catalineta: la Matilde y famosa Sacristana con el lunar que el muslo la hermosea cuando la echan al vuelo cual campana; la Poderosa, del joder apriesa, con boca de carmín bañada en risa; y la Jacinta, del redondo culo, la Clara, que, al nombrarla, en mi bragueta y en mi miembro infundió tanta lujuria cuanto de Clara el sucio nombre encierra: la Margarita de abultado chocho, que hace creer al majadero Indiano que únicamente guarda para él solo. Fantástica ha sacado la Felipa chupetín de alamares y solapa, que a la heroica le cuelga hacia la tripa y así pretende aquí ser celebrada y a la oreja me ruega por su hija porque la den mis versos parroquianos a quien vender su imaginario virgo, tantas veces vendido; de quien dicen que hubo alguna memoria antiguamente. La Ursulita y la Bárbara caliente, y la Isabel de Ceuta y Anastasia, que el placer la trasporta en el coito, no merecen aquí ser olvidadas; y la hermosa Gertrudis, carpintera muy diestra en toda suerte de meneo, de cuyo bien nos priva hoy la Galera. Ninguna las pasiones de Asmodeo supo apagar tan bien como esta dama, más graciosa que Venus en la cama si al deleite suavísimo convida; diga si miento quien la vio dormida. Primero faltará de las braguetas de los ardientes frailes la lujuria, Gertruditas, que te haga tal injuria, que te pase en silencio tu poeta. Mas no es mi Musa tal que no respeta otras mil putas de elevado timbre con altos y excelentes tratamientos que en altas casas, que en dorados techos, en canapés y en turcas otomanas satisfacen el lánguido apetito con pajes, con abates y cortejos, o con el peluquero o mayordomo, y luego van en sillas sobre el lomo de robustos gallegos y asturianos tal vez solicitados de sus amas. Y aunque digas que llaman a éstas, damas, y las mulas de Almagro o los caballos andaluces arrastren sus carrozas, lo dan también, como las otras mozas, al capellán, lacayo o a un volante. Mas si pretendes que mi Musa cante dónde hallarás la célebre cosecha, óyeme atento y tú las redes echa. En los corvos teatros, cuando oculto estés entre la chusma mosquetera, de espaldas al magnífico proscenio no escuches los delirios recitados y podrás registrar la delantera que ocupan las que brindan con la suya, cuando en los intermedios la sonora música rompe y se levantan todas y presentan las armas femeniles con quiebros y lascivos esperezos. Ni evitarás las fiestas varoniles de los muy bravos toros de Jarama, ardiendo la Canícula en estío, cuando al redondo coso el gran gentío corre en caballos y en pequeñas jacas, y ellas en disparados calesines y en coches de candongas simoniacas, y en la gran calle de Alcalá no cabe el pueblo inmenso de la corte hispana: y luego que la plaza muy galana, puesto a lo majo, hubieres paseado después que hayan las mozas ya pagado, acomódate cerca: cuesta poco celebrar lo que aplaudan, o bien sea del fiero Pascual Brey el valor loco, o bien cuando el Marchante rejonea, o cuando el toro al célebre Gamero fulminado y horrendo se dispara, y encuentra un monte al tropezar su vara; o si ves que al Mulato o a Romero, de España valerosos gladiadores, dignos del circo de la antigua Roma, celebrar tremolando su pañuelo, cuando aguardan a pie con el estoque al bravo toro que a sus pies le tienden, tocan clarines, suena la ancha plaza y mil aplausos las esferas hienden, tú sigue el voto de la más cercana, y las naranjas son allí un regalo y cuesta poco un búcaro con agua. Síguela a casa, y siempre evitaría el triste encuentro de botillería. Así ¡oh memoria! deja de agraviarme, me aficioné de aquella fementida de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero ya Venus, de mi oreja asida, a acompañarte ¡oh joven! me molesta que acudas al hermoso anfiteatro, donde el nocturno pasatiempo y fiesta nos da el gran baile en máscara, y reluce el soberbio salón iluminado y el ostentoso fasto y la opulencia de ropajes costosos y disfraces de cuantas gentes con su imperio abarca de Oriente a Ocaso el español monarca; y ambos coros de música alternando incitan a pisar con libre planta al son acorde de entablado suelo. Allí Venus amiga con anhelo inflama los ardientes corazones o al movimiento trémulo del baile o por los espaciosos corredores, y al oculto favor de la careta, Venus infunde persuasivas voces; Venus cualquiera máscara suspira y Venus todo el ámbito respira. Mas sólo en este lance han de valerte los pasos de Sintet, no los dineros que aquí en guardarlos has de ser muy fuerte; y así deja que esotros majaderos lleven pareja y háganla vestidos, y huye tú de las mesas abundantes con espléndidas cenas de Lúculo, y los refrescos que congela el nitro en las garapiñeras de Penaso. Al diestro putañero un solo vaso de agua fría, a lo más, le es permitido para poder fingirse el generoso, convidando con él por la mañana cuando ya se apodera la galbana de los cansados miembros, y la sombra desciende a nuestros Indios despeñada. Entonces, los cerebros calentados con el licor de Baco, en cien botellas diferentes bebido, ya no cuidan de sus parejas muchos ricos viejos, agobiados del sueño y el catarro. Muestre entonces el diestro su desgarro y embracílese al punto con la moza y no la deje hasta saber su casa; y esto lo observe en todas ocasiones pues de no hacerlo, a chascos mil te expones no sabiendo las casas y guaridas y se da el golpe en vago, indigna afrenta del putañero que leyó mis versos. Y también que concurras me contenta a ver a Clemesón por un alambre, como por la calle Ancha o el Camino de Aranjuez, pasear (¡cosa admirable!) y a ver los brincos por los aires vanos que dan los volatines valencianos. Pero, ¿cuál verso habrá que cantar pueda todas las fiestas y concursos todos de la corte feliz de las Españas? San Antón, Sebastián y Blas son días que llaman en la corte de trapillo, el del Ángel y al sol todo el invierno y en el verano hay otros de Sotillo. Hierve la corte el Carnaval en bailes y abunda la Cuaresma de sermones, ni por qué callaré las procesiones que todo el año la devota Mantua hace supersticiosa en quien se mira profanación del culto y al desuello y hace la religión prostituida en desdoro y al vil libertinaje nuevo aliento te da la hipocresía. ¡Oh, noche alegre de San Juan! ¡Oh, día! ¡Oh, día y noche de San Pedro! ¡Oh, cruces Mayas del Avapiés! Bailes festivos: estaréis siempre por mis versos vivos. Ni callaré los deliciosos baños del río, a los que van en calesines, y en la calle también de los Jardines: también las noches del agosto ardiente a Atocha y Santa Bárbara convida la devoción, supersticiosa gente, por quien Madrid a Roma ya no envidia de su gran Vona la nocturna fiesta, cuando, al fingirse cantarina honesta, Clodio con maña le introdujo el miembro, más grande que los dos anticatones. ¡Oh, ferias peligrosas! ¡Qué ocasiones que dais al astutísimo putero de mostrarse filósofo, gastando promesas, y guardando su dinero! Por este tiempo, es solamente cuando es útil el romper las amistades, y aunque prometas liberalidades sin ganas de cumplirlas, no te asombres que hallándote una puta te dé el nombre de traidor y alevoso; una corona te pone cuando ves que te baldona; teme obrar mal con las ilustres almas, pero de aquestas bajas y vendibles ser reprendido da laurel y palmas. Mas porque putas hay tan imposibles al parecer (que en realidad ninguna hallarás imposible ni aun difícil) porque al hacer valer la mercancía pretenden ser rogadas, y el putero no ha de gastar ni tiempo ni dinero, más que comer, entonces son precisas las alcahuetas de rosario en mano que hacen novenas y oyen muchas misas. Estas te ponen el camino llano si no quieres cansarte en ir con ruegos a Mariquita Cárdenas, o acaso a la Pepa Guzmán, escatimosa; o si meter pretendes el cilindro en el coño candeal de la Pitona, o la que vive enfrente de la puerta del que mató al dragón llamado Araña, de la mujer del médico, o si quieres fecundar el ovario a doña Joria, o la sobrina del prior Gutiérrez, o las mujeres de los empleados en rentas, oficinas y otras plazas, de mucha vanidad y pocos cuartos, o a la hija hermosa del hidalgo pobre, que rabia por ser rico; o bien si intentas que de teatral Venus te atiborren cómicas, bailarinas y cantoras, pues aunque los estímulos socorren del árbol braguetal, todas presumen de vírgenes Dianas cazadoras. Ni por qué callaré de altas señoras la flaqueza tan mal disimulada que a la puerta de un templo, abandonada a pajes y cocheros la carroza, sale por la otra puerta bien tapada a hacer por dónde adquiera una coroza la tía Estefanía que en su casa tiene ya el tierno Adonis prevenido, que quizás es un lego, que es tenido en opinión de santo, porque trata las Ducas tú por tú, las manosea, las despide y recibe sus criadas, las da a besar el hábito y las tienta las tetas con sus manos mamilares. A los frailes también, si les pagares en tabaco, en pañuelos o dinero, alcahuetes harás con advertencia que obligarán a dártelo en conciencia. Facilitan los pobres del Hospicio los virgos de las mozas de servicio y las horcajaduras de las amas. ¡Oh! ¡Cuánto siento de soberbias damas dadivosas, callar el alto nombre! Mas ¿qué cristiano habrá que no se asombre de su influjo indignado, y que no tema, por decir la verdad, la verdad pura, ver las murallas de la antigua Ceuta? Y es fuerte cosa que libertad haya en unos para obrar lo que les place, malo o bueno, y en otros es delito simplemente decir lo que ellos hacen. Mas ya lo anuncia la parlera fama impunemente y ella ha publicado cómo para atrapar a la Bobona, mujer del Alejandro de las putas, se valió un campeón de la Pepona, para dar al maestro cuchillada y que pague con unos tantos cuernos, pues nadie puso más en este mundo. ¡Oh, gran Pepona, de saber profundo, grande en tu oficio! Deja que repita para instrucción y norma de alcahuetas la alta respuesta que a mi cargo diste, dignas palabras de grabarse en bronce. «Hijo», me dice un día, que a las once quedó citada en la espaciosa lonja de Trinitarios: «hijo, está perdida la putería; apenas lo creyera. ¿Quién en mi mocedad me lo dijera? En consecuencia del encargo tuyo hice, cual suelo, vivas diligencias que, o no admitir la comisión honrada, o debemos hacerlas en conciencia, y donde no, restituir la paga, mas pocas hay de proceder tan justo. Yo, como sabes ya, sé bien tu gusto que por larga experiencia sé servirte; y a fe de honrada no sabré decirte cuánto afané por una buena moza. El parador del Sol, de Zaragoza, y Barcelona, y parador de Ocaña, todo lo anduve; que es donde se goza del género a Madrid recién venido, porque lo antiguo todo está podrido; y allí tengo yo espías sobornadas que me avisan del género que viene; pero ni en cuantos conventillos tiene todo Madrid, hallé un solo bocado tal que pueda llamarse delicado; pues no le hay en el día. ¡Oh, tiempo infame! que no pueden ser putas ni alcahuetas las mujeres de bien, y yo no quiero engañar a quien gasta su dinero como doña Leonor, que la galera quebrantó, y veinte vainas sufrir hizo a la Juanita la Chocolatera; las mismas veces la remendó el virgo con cal, clara de huevo y otras drogas tu barbero Santiago, y la ganancia entre los tres partieron: tal está ella, que el crédito perdió, nadie la llama, y con su habilidad se muere de hambre, que tanto importa el crédito y la fama en los otros empleos como en éste: empleo de experiencia y confianza, de que el gusto y salud del común pende. Yo, en fin, como mujer que bien lo entiende, (me está mal el decirlo, pero es cierto) en buen hora lo diga, ha cuarenta años sirvo a grandes de España y religiosos, a señoras y a monjas, y ninguna por mí ha perdido, aunque sufrí seis veces mitras, encierros, troncho, burro y plumas. Pero a mi oficio venga quien quisiere: venga la tía Taya, la Rosana, la Madre Anica, o doña Mari-Pérez, o venga la beata santurrona alcahueta de clérigos y frailes. Pasan de seis mil virgos en la Villa por mi autoridad deshechos y hechos. Niña de teta fue la Celestina pues sé yo más embrollos e ingredientes para cien ministerios diferentes; pero porque envilece la alabanza en boca propia, callo, y sólo digo que puesto que eres tú mi parroquiano y no te pagas de apariencias vanas, que quieres un buen chocho y no un buen culo, tetas y carnes duras, pero sanas, para esta tarde espero darte gusto; que en San Antonio tengo la esperanza, que, aunque mala cristiana, a la hora de ésta llevo en el cuerpo (no hay que echarlo a risas) once rosarios y catorce misas.» Esto me dijo componiendo grave las venerables tocas y las canas y con gesticulación que infundiría al viejo Néstor lujuriosas ganas. - IV - OH, putañero, a quien la musa mía condujo a tal altura peregrina por muchos rumbos que otros no surcaron, no mis buenos propósitos cesaron! Aun resta qué saber; y si tuviera lengua de hierro y voz de cañonazo, a tan difícil arte ambas cedieran; mas si Apolo a los míseros mortales quiso enseñar algo útil por mi labio; si mis preceptos y experiencias valen, pues lo que son rufianas ya has notado, ¡con cuáles versos y con qué alabanzas te levantara al cielo tu Poeta si engañas a la puta y alcahueta! En esto has de estudiar de noche y día, que es malo porque quieren que lo sea; mas sin ganas no amueles en tu vida ni a mujer que esté bien con su marido pero tendrás un puesto conocido, que es el de los cabrones en la Puerta del Sol, de los cabrones consentidos; porque debes tener por cosa cierta que ninguna mujer puta sería si el cabrón del marido no quisiera. La vanidad y la holgazanería hacen cabrones, todos estos quieren que vayan las mujeres petimetras, la pompa y el fantástico aparato más de lo que a su clase corresponde, ellos no cuidan cómo ni de dónde vinieron a su mesa las vajillas, los vinos y manjares no comprados. Y aunque oigas que blasonan muy de honrados y que ellos hablan mal de otros cabrones, haciendo el ladrón fiel, tú no lo creas; dignos son de silbidos, de rejones, porque dicen, y acaso en ello aciertan, que no son los cabrones los casados que gozan sus mujeres tributarias sin más pena que ser disimulados: que los cabrones son los que las pagan después de bien sobadas del marido; que aun siendo un menestral oscurecido le hace antesala un grande a su vasallo, le tributa y se esmera en agradallo, para lograr con susto y a gran precio las heces que a su vicio le han sobrado. Hay varias clases de estos picarones; unos del pueblo y otros que se juzgan del solar de los godos descendientes, porque los cuernos son como los dientes: que duelen al salir, pero en llegando con ellos a comer, los quieren todos; mas la madera que se cría andando la peinan muchos por diversos modos, y es tan cabrón el que es cabrón de cuernos como el magnate con sus cuernos de oro. Por eso hombres verás como camellos que apreciarás tratar con sus mujeres a todas horas, mas que no con ellos, y si por dar lugar a los quehaceres de la consorte, salen a la Puerta del Sol, para hacer tiempo, y a su casa vuelven tosiendo a la hora que conciertan, dignos de que las iras se conviertan de la justicia, no contra las pobres mujeres, pues la culpa suya ha sido; tú, pues tienes ya el puesto conocido, nótalos, y a su casa ve a porfía, sin olvidar jamás la economía. Suelen los Racioneros andaluces comprar esclavas moras a quien hurgan entre los borcellares desbarbados; las hijas y mujeres de criados te harán el mismo efecto, y saber debes que es bueno, y salir suele más barato; y no te olvidarás de las criadas tuyas o ajenas, si lograrlas puedes para todo lo que hay dentro de casa; y agrádete también echar las redes a las fuertes y sanas lugareñas que a vender cosas a la corte vienen. Aunque por lo común son pedigüeñas se contentan con poco; ánimo corto tienen, pues temen mucho que se sepa. Estas lo dan por interés movidas, de la confusa multitud validas, y van luego a los payos sus maridos blasonando de honradas, ponderando los vicios de la corte y publicando que consiste el ser putas las mujeres en llevar más o menos alfileres, en gastar escofieta y no montera como si el ser honesta consistiera en vestir bata y seda o saya y lana, o si la castidad fuera patana; y añaden que los males temporales y el pan caro consiste en los pecados de las usías de Madrid fatales porque a todas el diablo se las lleva y no quieren las ánimas que llueva. Ya sabe el mundo la perversa gente que son los alguaciles y escribanos: éstos persiguen a las pobres putas, no con deseos de extinguir lo malo, pues comen con delitos, y su vida penden de hombres sin ley, facinerosos, y la santa virtud es su homicida; y aunque saben que no es el estafarlas medio de corregirlas, pues quedando pobres, prosiguen siempre puteando, las roban con achaque de enmendarlas. Al diestro putañero le permito fingirse amigo de esta gran canalla, pues valen sus noticias un tesoro. Ahorrarás tiempo, males, plata y oro, si buscar sabes las recién venidas, pues no piden ni baldan, que aún no tienen ni salud ni costumbres corrompidas. Así la inimitable Lavenana se dio a un servidor vuestro en dos pesetas siendo niña, aún casi doncella y sana. Mas ya que la lujuria cortesana se desenfrenó ansiosa y a porfía, cada cual por dichoso se tenía con llamarse algo padre de sus hijos, después de aquellos lances tan prolijos que a contarlos el genio me provoca, mas la Musa me pone dedo en boca. Después de esto se tuvo por un héroe el que logró coger en su entrepierna cinco meses de verdes purgaciones, a costa de un gran traje y cien doblones. Ni ¿por qué callaré las conveniencias que trae la noche al diestro putañero? Es la aprensión un enemigo fiero, y no más que aprensión es la hermosura; y no digo que a mujer de ruin figura escudriñes las tubas falopianas; mas trueca las hermosas por las sanas, y de la amiga noche apadrinado, mayormente si son algo garbosas, en tu aprensión, figúralas hermosas y serán, si lo piensas, hermosuras, que hace milagros el amor a oscuras. También he visto yo con muy bonita carántula tapar la fea cara a alguna potajera, y de esta suerte se echa a la misma Venus una vaina; y quisiera también últimamente que conocieras a la Cafetera, utilísima, a Sor Vicenta Puti: ésta hace emplastos, aguas y jaropes, toca dianas y es buena estafeta, y lava trapos de las purgaciones; pero huye de ella y de sus dos hermanas, y su cuñada, que es un podridero, y a cualquiera que ven, el miembro agarran y están muy diestras en ponerlo tieso, y a quien se lo metió luego le plagan. Pero si acaso tu salud estragan las puercas que lo tienen con gusanos y les huele a chotuno en los veranos, Urbina, Juan de Dios y Talavera, muy experimentados cirujanos en ingles de mancebos disolutos, te sajarán con delicadas manos; y los humazos del bermellón rojo las tenaces ladillas desagarran. Un cierto aficionado yo conozco, muchacho muy modesto y bien criado, a maestras de niñas muy devoto, así que oyó entonar el alabado espera a las chicuelas, y en callejas, portales y escaleras conocidas, a trueque de alfileres y de ochavos, muñecas y confites, él las quita virguitos sin quejar. La industria alabo, pero al putero a quien la Musa mía hizo tan diestro, no le agrade nunca fruta sin madurar. Todas las cosas tienen su tiempo, y hasta el tercer lustro, en perfecta sazón no están las mozas. Entonces sí que el pecho ya robusto, la alta teta apretada y bien redonda, palpitando a compás, la mano atrae con magnética fuerza, y del mancebo lujurioso apetece ser tocada, y el empeine carnoso de rizada cerda se puebla, y ya los gruesos labios de la vulva se mueven y humedecen apeteciendo el miembro masculino nunca probado, con extremo y ansia cual las botellas de licor, elixir que sin tapón su espíritu se exhala como el hambriento estómago apetece los platos exquisitos de viandas. ¿Quién discurriera que el putero debe distinguir las naciones y sus genios como el gran general que guerras mueve? Pues esta industria enseñará mi verso. Las mujeres de todo el Universo son siempre a mi apetito lisonjeras, pero aún los extranjeros anteponen las españolas a las extranjeras. 205 Una de éstas estaba (y yo no quiero decir de qué nación, porque no pierdan las naciones por mí), digo que estaba con un amigo haciendo aquel negocio más digno de atención que hay en el mundo, y al tiempo que él con miembro furibundo las puntas de los pies y las rodillas apretaba, y empeine, y jadeante las uñas le clavaba en las costillas, la sosa malditísima, tirando estaba al techo huesos de cereza sin sentir las cosquillas de la pieza. Pero aun en las provincias españolas hay sus más y sus menos. Las Castillas dan muy buena pasta a las chiquillas, y alguna hay tal que a Venus se parece. La soberbia Aragón, que resplandece en armas y varones señalados, la corte inunda de robustas mozas de lujuria feroz no delicada. A mi amigo diestrísimo, no agrada el rústico aunque sano mujerío de lo septentrional de las Españas. Las catalanas son putas de oficio y manejan el arte sin melindre; éstas, sólo en su figa confiadas, dejan en la muzada Barcelona la calle de San Pedro y la del Vidrio, y en carromatos sus canales cargan. Es fama que un proyecto han ofrecido al Ministerio, por el cual se obligan a abastecer la Corte de pescados y carne fresca y sana; y más han dicho: que servirán al público barato, y con tanto cariño y abundancia que no hará falta ni podrá quejarse la insaciable lujuria cortesana, pero ha de ser a Cataluña sola con exclusión de las demás provincias a quien tal privilegio se conceda, y cualquiera puta que encontrarse pueda sin ser del Principado, sea entregada a sus uñas y lengua chapurrada, y con tal pacto a tributar se obligan mayor farda que un tiempo los judíos. Pero las hijas de Madrid, que oyeron en descrédito suyo y de sus gracias tal propuesta, chillaron y dijeron que con ojos enjutos tal infamia no se puede sufrir donde estén ellas, que su fama ha subido a las estrellas; y sabe todo el mundo lujurioso que ellas son muy mujeres, más o tanto que Friné, o Venus, Lamia, Thais y Flora; que nadie descontento fue hasta ahora de entre sus piernas. ¡Ay, que se dijera de ellas que necesitan del socorro de otras putas para una friolera! Y el Gobierno, justísimo, a su lloro mostró blandas orejas, no dejando que se estanque esta rama del comercio cuando todos negocian libremente. ¡Oh, tierra que el Betis transparente de olivas coronada el puerto envía de San Lúcar! ¡Oh, noble Andalucía, en caballos y putas las mejores que Síbaris y Chipre jamás vieron! Las niñas que en tus límites nacieron, ¿qué espíritus, qué sales infundiste que tal fuego en el clítoris las diste? No creeré que eran putas de otra tierra las que hicieron los dioses animales, ni que otros coños gusto tal encierran. Del Tartesiano Betis los cristales doraron el cabello a aquella ingrata de cuyo nombre no quiero acordarme. Mas si mi Musa de dar preceptos trata, no olvide el putañero que, con Baco, de Venus los espíritus se inflaman; la mezcla de los vinos las aturda; ¿qué cosa Venus cuidará borracha? Y a estas mujeres es pequeña burla la violencia, pues no son de colegio ningunas doncellitas: broma y bulla y botaraterías hacen mil veces más que los suspiros y que el ruego; tú píllalas, y embóscaselo luego, y de pagar te excusa tu trabajo, que nunca paga quien jodió a lo majo. Ni ¿por qué ha de costar dinero alguno cuando los dos trabajan igualmente y entrambos hacen una misma cosa? No extrañes que te encargue el ir decente, mas no el prolijo adorno te afemine ni el ungüento tu rostro contamine: ¡Vayan lejos de mí los hombrezuelos que gastan tocador como mujeres, y no errarás si putos los dijeres! Al hombre le conviene la limpieza y no pase de allí; cierto desgaire, desaliño marcial y no afectado es lo que a una mujer más ha prendado. Pizarro así, extremeño morenote, que llevó nuestras armas y banderas de la otra parte allá del Océano, agradó a la Yupangui, aunque tenía desfigurado el rostro con flechazos. No cause a mi discípulo embarazos la configuración de las facciones, no siendo las mujeres mascarones: con tal que para ostentación no sea, la que no se ha probado nunca es fea; y un carajo de espíritu no debe reparar en aquesas frioleras, pues son la primer vez todas hermosas. Pero aunque tienen almas indomables, juventud española, te aconsejo que aprendas buenas artes; al dinero muchas veces las gracias equivalen. De Castro las estatuas sobresalen con recomendación para el sujeto; el famoso pincel de Inza, en secreto lo pide a las muchachas que lo miran. Los brincos que los pies ligeros tiran de Paco el Boticario, son valuados tal vez por pesos duros, bien gastados, y predicando va por esas calles incontinencia a todas las mujeres, mas que algunos con todos sus haberes, Dionisio, cuando altivo le pasea el caballo galán que se pompea, y él parece, al regirlo, tan astuto, que vuelve racional al noble bruto. Ni ¿por qué callaré al atleta hispano, que al desplantarse intrépido en el llano, el tiro velocísimo tendiendo, ejecuta y no es vista ni aun pensada su rápida y prontísima estocada?, ¿o a Carreras, que al son del instrumento esmero del famoso Granadino, las mozas para con oído atento? ¡Oh, Cala, el de Navarra, no te olvido, que indio, otomano, o gimnasista griego nunca agitaron la veloz pelota cual tú las mueves al tocar el suelo y las mozas se paran al mirarte! Aguarda, que ya voy a celebrarte, retórico y dulcísimo poeta: o bien cantes de amor, o bien de Marte, mientras mi pluma a esta alma esté sujeta, no dejarán mis versos de alabarte a ti y a tu divina poesía. ¡Oh! ¡Cuántos triunfos la lujuria mía debió a esta ciencia! Yo me acuerdo cuando con mis sonetos, sin pagar la blanca, los ojos encendí de la Belica; y según yo los iba recitando, la incontinente y disoluta hembra se iba en pura lujuria electrizando; y hasta la madre Luisa, honrada vieja, sintió el antiguo comezón, y el cano pendejo asió con tabacales yemas, metiendo hasta el nudillo el dedo largo por el conducto que salió tal hija veinte años antes; a los hombres todos viera desenroscándose la pija, revolviéndose a guisa de serpiente causando terremoto en los calzones que revientan saltando los botones, y no por mano de aprendiz cosidos, sino de costurera muy prolija, y un furor uterino los sentidos privó a la honesta y venerable anciana, tanto que, asiendo con lasciva gana la vela que arrancó del candelero, la derritió al calor de su mechero, y madre e hija, ya sin luz, se agarran de nosotros frenéticas, impuras; lo que pasó después, estando a oscuras, decidlo vos, Piérides, que tanto no puedo yo, ni oso, pues siento enflaquecer mi débil canto. Esto consigue el verso numeroso, la elocuencia y divina poesía, en cualquier lugar, de noche o día; privilegio a ningunas artes concedido, pues Moya, el tirador, que cual no ha habido otro más diestro en derribar las aves más chicas que en el aire están volando, no siempre tocar puede la arrojada moneda, de un certero escopetazo. El insigne Fernando, a quien el toro le da triunfos, aplausos y apellidos, romper varas no puede en un estrado como acostumbra en el clamoso circo, sereno, sin mover casi el caballo; y él, aplaudido con gritar sonoro, lejos mira la muerte y cerca al toro. Y el membrudo y fortísimo Bragazas puesto sobre las patas, que tirando con Hércules y Céspedes ganara, si en gabinete chico muy pintado la grande barra de sesenta libras con ronco aliento y furia despidiera dando la vuelta al musculoso cuerpo, aún más que enamorar, estremeciera. Pero de Apolo la arte lisonjera halló en cualquier parte proporciones, en todos los lugares y ocasiones; con ella engañarás a las que engañan, con ella harás creer que dar intentas aun lo que de no dar intención tienes; huye frases extrañas y violentas; pues ¿quién si no el que está falto de mente declamará delante de la amiga? Ni tampoco tu boca obscena diga, si no es en muy precisa coyuntura, joraca, derjo, nesjoco, ni ñoco, (trasposición se llama esta figura) en las dos lenguas madres, ni tampoco ignorar sus tres hijas se consiente; y aunque a Narciso venzas en lo hermoso, la hermosura del alma es permanente. No fue hermoso, mas fue muy elocuente Ulises, el sufrido en los trabajos, y la diosa Calipso arder se siente cuantas veces de Troya los asaltos le obligó a repetir Palas robada, Dolón preso y el bárbaro Caballo. El cirujano y el médico las pagan con sangrías, visitas, y con purgas el boticario, y aun las artes bajas a trueque de puntadas y zapatos; pero el gran necio que no sabe nada, a poder de dinero lo hace todo. ¡Oh, ricos! No os jactéis con torpe modo, de conseguir bellezas que, vendidas son a vuestro dinero solamente; y ellas luego a la industria aficionadas de mis doctos discípulos os venden, y es el más tonto aquel que más estafan. Y porque conocer al enemigo en todo trance es cosa de importancia, estudia el tono con que el canto quinto instruye a las resueltas cortesanas. Así el gran Pedro el Czar, aunque vencido en Narva, aprendió el arte de la guerra que enseñó su contrario Carlos doce, luego en Pultova su victoria horrenda. Huye tú, pues, de putas que conocen las artes Moratínicas aleves como de toro ya corrido en plaza. Mas ya mi Musa rematar pretende reduciéndolo todo a una palabra. Ser pérfidos importa solamente: y aunque engañes hoy diez, mañana veinte, tantas putas llovieron a porfía que nunca la mitad hubo que hoy día, y hay donde remudar a todas horas; y en pago de mis cláusulas sonoras, después de descargados los riñones y de haberte atacado los calzones, dirígete a la puerta francamente, cortesías haciendo y chanceando, prometiendo volver fingidamente con presentes grandísimos, y cuando en la calle ya estés, marcha a otra parte y haz lo propio; y dirás: de tan gran arte el gran corsario, el práctico y el diestro el dulce Moratín, fue mi maestro. FIN

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